viernes, 25 de mayo de 2012

Propósito del Evangelio

Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas, tal como nos lo enseñaron los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra, me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido. Lucas 1:1-4
Lucas no escribe sobre cosas acerca de las cuales pueden diferir entre sí los cristianos, y tener vacilaciones, sino de las cosas que son y deben ser creídas con toda seguridad. La doctrina de Cristo es en lo que los más sabios y mejores hombres han aventurado sus almas con confianza y satisfacción. Los grandes sucesos de los que dependen nuestras esperanzas, fueron narrados por escrito por los que, desde el comienzo, fueron testigos oculares y ministros de la palabra, y fueron perfeccionados en su entendimiento por medio de la inspiración divina.

La introducción de Lucas es la única entre los cuatro Evangelios en la que el autor sale a escena y usa el pronombre personal «yo». Hay que subrayar tres cosas en este pasaje:
(i) Es el mejor griego de todo el Nuevo Testamento. Lucas usa aquí la misma forma de introducción que habían usado todos los grandes historiadores griegos. Herodoto, padre de la historia, empieza: «Estas son las investigaciones de Herodoto de Halicarnaso.» Un historiador muy posterior, Dionisio de Halicarnaso, nos dice al principio de su Historia: «Antes de empezar a escribir, yo recogí información, en parte, de labios de los hombres más instruidos con los que me pude poner en contacto; y en parte, de las historias que escribieron los romanos de los que aquellos hablaban con elogio.» Así empieza Lucas su libro, en el griego más sonoro, siguiendo los mejores modelos que podía encontrar.
Es como si Lucas se dijera: «Voy a escribir la historia más importante del mundo, y sólo lo mejor es digno de ella.» Algunos de los manuscritos antiguos son verdaderas obras de arte, escritos con tinta de plata en vitela púrpura; a menudo el copista, cuando llegaba al nombre de Dios o de Jesús, lo escribía en oro. El Dr. Boreham nos cuenta de un viejo obrero, que todos los viernes por la noche apartaba las monedas más nuevas y relucientes de la bolsita de su paga para la colecta del domingo en la iglesia. El historiador, el escriba y el obrero tenían la misma convicción: sólo lo mejor es suficientemente bueno para Jesús. Siempre dedicaban lo mejor que tenían al más elevado fin.
(ii) Es sumamente significativo que a Lucas no le satisfacían las vidas de Cristo de los demás: tenía que tener la suya. La verdadera religión no es nunca de segunda mano, sino un descubrimiento personal. El profesor Arthur Gossip solía decir que los cuatro Evangelios son importantes, pero más importante todavía es, para cada creyente, el quinto: el de la experiencia personal. Lucas siguió buscando, porque quería encontrar más plenamente a Jesús por sí mismo.
(iii) No hay pasaje de la Biblia que arroje más luz que éste sobre la doctrina de la inspiración de las Sagradas Escrituras.
Ningún creyente negaría que el Evangelio de Lucas es un documento inspirado; y sin embargo su autor empieza diciéndonos que es el producto de la más cuidadosa investigación histórica. La inspiración no le llueve del Cielo al que se sienta con los brazos cruzados y la mente en barbecho, y se limita a esperar; sino al que piensa, y busca, e investiga. La verdadera inspiración viene cuando el revelador Espíritu de Dios le sale al encuentro a la buscadora mente del hombre. Dios da su Palabra, pero se la da al que la busca. «Buscad, y hallaréis» Mateo 7:7.

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