El objetivo de este Evangelio parece ser la transmisión al mundo cristiano de nociones justas de la naturaleza, el oficio y el carácter verdadero del Maestro Divino, que vino a instruir y a redimir a la humanidad. Con este propósito, Juan fue guiado a elegir, para su narración, los pasajes de la vida de nuestro Salvador que muestran más claramente su autoridad y su poder divino; y aquellos discursos en que habló más claramente de su naturaleza, y del poder de su muerte como expiación por los pecados del mundo. Omitiendo o mencionando brevemente, los sucesos registrados por los otros evangelistas, Juan da testimonio de que sus relatos son verdaderos, y deja lugar para las declaraciones doctrinarias ya mencionadas, y para detalles omitidos en otros Evangelios, muchos de los cuales tienen enorme importancia.
El Evangelio de la mirada de águila
Para muchos cristianos, El Evangelio según san Juan es el libro más precioso del Nuevo Testamento. Es el libro en el que, por encima de todo, alimentan sus mentes, edifican sus corazones y descansan sus almas. A menudo encontramos en las vidrieras de colores y sitios así a los evangelistas representados simbólicamente con las figuras de los cuatro seres vivientes que vio el autor del Apocalipsis alrededor del trono de Dios. El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo ser era semejante a un becerro; el tercer ser tenía el rostro como el de un hombre, y el cuarto ser era semejante a un águila volando. Apocalipsis 4:7.
Los símbolos se distribuyen de diversas maneras entre los evangelistas; pero lo más corriente es asignar el hombre a Marcos, porque es el más sencillo y natural y humano de los Evangelios; el león representa a Mateo, porque es el que vio a Jesús específicamente como el Mesías y el León de la tribu de Judá; el becerro corresponde a Lucas, porque es el animal del servicio y del sacrificio, y Lucas vio a Jesús como el gran Siervo de los hombres y el Sacrificio universal por toda la humanidad, y el águila representa a Juan, porque es el único animal que puede mirar directamente al Sol sin deslumbrarse, y Juan tiene la mirada más penetrante de todos los autores del Nuevo Testamento para escrutar las verdades y los misterios eternos y la misma naturaleza de Dios. Muchos se encuentran más cerca de Dios y de Jesucristo en Juan que en ningún otro libro del mundo.
El Evangelio que es diferente
Pero no tenemos más que leer el Cuarto Evangelio de corrido para darnos cuenta de que es distinto de los otros tres. Omite muchas cosas que los otros incluyen. Por ejemplo: no nos relata el nacimiento de Jesús, ni el bautismo, ni las tentaciones; no hace referencia a la última Cena, ni a Getsemaní, ni a la Ascensión. No nos dice ni una palabra de la curación de personas que estuvieran poseídas por demonios o espíritus malos. Y, probablemente lo más sorprendente: no contiene ninguna de las parábolas que contó Jesús y que son una parte tan preciosa de los otros tres Evangelios. En ellos Jesús usa, o bien esas historias maravillosas, o breves frases epigramáticas (el epigrama es una composición poética breve en que con precisión y agudeza se expresa un solo pensamiento principal, por lo común festivo o satírico) y gráficas que se quedan en la memoria. Pero el Cuarto Evangelio nos conserva discursos de Jesús que ocupan a veces capítulos enteros, y que son exposiciones razonadas y desarrolladas, muy diferentes de los dichos jugosos e inolvidables de los otros tres Evangelios.Todavía más sorprendente es que el relato que nos hace el Cuarto Evangelio de los hechos de la vida y el ministerio de Jesús es a menudo distinto del de los otros tres.
(i)
Juan hace un relato distinto del principio del ministerio de Jesús. En
los otros tres Evangelios se deja bien claro que Jesús no surgió como
predicador hasta después que metieron a Juan el Bautista en la cárcel.
«Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el
Evangelio del Reino de Dios» Marcos 1:14; Lucas 3:18; Mateo 4:12. Pero
en Juan hay un período considerable de tiempo durante el cual el
ministerio de Jesús coincide con la actividad de Juan el Bautista. Juan
3:22-30, 4:1-2.
(ii) Juan presenta un escenario distinto del
ministerio de Jesús. En los otros tres Evangelios, el principal
escenario del ministerio es Galilea, y Jesús no llega a Jerusalén hasta
la última semana de Su vida. En Juan el principal escenario es Jerusalén
y Judea, con ciertas retiradas ocasionales a Galilea. Juan 2:1-13;
4:35-5:1; 6:1-7:14). En Juan, Jesús está en Jerusalén en una Pascua, que
es cuando purifica el templo según Juan 2:13; está en Jerusalén otra
vez en una fiesta de la que no se nos da el nombre: Juan 7:2, 10; está
allí en la Fiesta de la Dedicación, en invierno: Juan 10:22. Más aún,
según el Cuarto Evangelio Jesús ya no se marchó de Jerusalén desde
aquella fiesta; desde el capítulo 10 se queda en Jerusalén todo el
tiempo, que puede querer decir meses, desde la Fiesta de la Dedicación
en invierno hasta la Pascua en la primavera, cuando le crucificaron.En esta cuestión lo más probable es que Juan esté en lo cierto. Los otros Evangelios nos presentan a Jesús haciendo duelo por Jerusalén cuando llega a ella la última semana: «Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que Dios te envía, ¡cuántas veces he querido reunir tus hijos como junta sus pollitos la gallina debajo de sus alas! Pero no quisiste...» Mateo 23:37; Lucas 13:34. Está claro que Jesús no podría haber dicho eso si no hubiera hecho repetidas visitas a Jerusalén y le hubiera dirigido su invitación repetidas veces. Era imposible que dijera eso en su primera visita. En esto no cabe duda de que Juan está en lo cierto.
De hecho, fue esta diferencia de escenario lo que le sugirió a Eusebio una de las primeras explicaciones de las diferencias entre el cuarto y los otros tres Evangelios. Dijo que en su tiempo, hacia el 300 d.C., muchos investigadores mantenían la siguiente opinión. Mateo predicó al principio al pueblo hebreo. Llegó el momento en que tuvo que marcharse para ir a otras naciones. Antes de irse escribió su relato de la vida de Jesús en hebreo, «y así compensó por la falta de su presencia a los que tuvo que dejar.» Después que Marcos y Lucas publicaron sus Evangelios, Juan seguía predicando oralmente la historia de Jesús. «Por último se puso a escribir por la siguiente razón: los tres Evangelios ya mencionados estaban en las manos de todos y en las suyas también, y dicen que él los aceptaba totalmente y daba testimonio de su fiabilidad; pero faltaba en ellos el relato de lo que Jesús había hecho al principio de Su ministerio... Así es que dicen que Juan, cuando le pidieron que lo hiciera por esta razón, puso en su Evangelio el relato del período que habían omitido los evangelistas anteriores, y de los hechos del Salvador durante ese tiempo; es decir, de lo que hizo antes de que metieran en la cárcel a Juan el Bautista... Por tanto Juan refiere los hechos de Jesús de antes de que el Bautista fuera encarcelado; pero los otros tres evangelistas tratan de lo que sucedió después de ese tiempo... El Evangelio según Juan contiene los primeros hechos de Cristo, mientras que los otros hacen un relato de la última parte de Su vida» (Eusebio, Historia Eclesiástica 5:24).
Así que, según Eusebio, no hay la menor contradicción entre el Cuarto Evangelio y los otros tres; las diferencias se deben al hecho de que el Cuarto Evangelio está describiendo, por lo menos en los primeros capítulos, el ministerio en Jerusalén que precedió al ministerio de Galilea, y que tuvo lugar cuando Juan el Bautista estaba todavía en libertad. Es muy posible que esta explicación de Eusebio sea correcta, por lo menos en parte.
(iii)
Juan da una impresión diferente de la duración del ministerio de Jesús.
Los otros tres Evangelios parece que implican que duró solamente un
año. En su relato no se menciona la Pascua nada más que una vez,
mientras que en Juan hay tres Pascuas: la de la purificación del templo
(Juan 2:13); otra cerca de la multiplicación de los panes y los peces
(Juan 6:4), y la última, cuando crucificaron a Jesús.
Según Juan,
el ministerio de Jesús debe de haber ocupado un mínimo de dos años, y
más probablemente un período más cerca de los tres, para incluir todos
los acontecimientos. De nuevo Juan está en lo cierto, como advertiremos
si leemos los otros tres Evangelios con atención. Cuando los discípulos
arrancaron las espigas (Marcos 2:23) debe de haber sido primavera.
Cuando Jesús dio de comer a los cinco mil, se sentaron en la hierba
verde (Marcos 6:39), lo que quiere decir que era primavera otra vez; y
debe de haber pasado un año entre los dos acontecimientos. A eso sigue
el viaje que hicieron por Tiro y Sidón, y la Transfiguración. En la
historia de la Transfiguración, Pedro quería hacer tres chozas para
quedarse allí. Lo más natural es pensar que era el tiempo de la Fiesta
de los Tabernáculos o chozas, y que por eso hizo Pedro aquella
sugerencia (Marcos 9:5), lo que colocaría la escena a principios de
octubre; y a eso seguiría el período hasta la última Pascua, al
principio de la primavera siguiente. Por consiguiente, en el relato de
los otros tres evangelistas podemos leer entre líneas que el ministerio
de Jesús se extendió de hecho por lo menos tres años, que es lo que
presenta Juan.
(iv)
Algunas veces hasta sucede que Juan difiere de los otros en cuestión de
hechos. Hay dos ejemplos sobresalientes. El primero es que Juan coloca
la Purificación del templo al principio del ministerio de Jesús (Juan
2:13-22), y los otros la colocan al final (Marcos 11:15-17; Mateo
21:12-13; Lucas 19:45-46). El segundo ejemplo es que, cuando lleguemos a
estudiar los relatos en detalle, veremos que Juan fecha la crucifixión
de Jesús el día antes de la Pascua, mientras que los otros Evangelios la
ponen en el mismo día de la Pascua.
No podemos hacernos los ciegos a las diferencias obvias que existen entre Juan y los otros Evangelios.Conocimientos exclusivos de Juan
Una cosa es segura: Si Juan difiere de los otros Evangelios, no es ni por ignorancia ni por falta de información. El hecho indudable es que, si omite mucho de lo que los otros relatan, también refiere mucho que los otros no mencionan. Juan es el único que cuenta las bodas de Caná de Galilea (Juan 2:1-11); la conversación de Jesús con Nicodemo (Juan 3:1-15); la historia de la samaritana (Juan 4); la resurrección de Lázaro (Juan 11); cómo Jesús les lavó los pies a Sus discípulos (Juan 13:1-17), y la enseñanza maravillosa de Jesús acerca del Espíritu Santo, el Confortador, que se encuentra extendida por los capítulos 14 al 17. Es sólo en Juan donde se identifican algunos de los discípulos: Tomás habla (Juan 11:16; 14:5; 20:24-29); se nos revela el carácter de Andrés (Juan 1:4.0-41; 6:8-9; 12:22); tenemos detalles del de Felipe (Juan 6:5-7; 14:8-9), y escuchamos la crítica mordaz de Judas a la unción de Betania (Juan 12:4-5). Y lo curioso es que estos detalles extra son intensamente reveladores. Los retratos que hace Juan de Tomás, Andrés y Felipe son como camafeos o viñetas en los que ha quedado grabado su carácter de, una manera que nos resulta inolvidable.
Además, una y otra vez Juan aporta detalles que parecen proceder del recuerdo vivo de uno que estuvo allí: los panecillos que el chaval le trajo a Jesús eran de cebada (Juan 6:9); cuando Jesús se acercó a sus discípulos cuando estaban cruzando el lago en medio de la tempestad, habían remado de cinco a seis kilómetros (Juan 6:19); había seis tinajas de piedra en Caná de Galilea (Juan 2:6); Juan es el único que dice que los cuatro soldados se jugaron la túnica inconsútil (Sin costura, una sola pieza de principio a fin, sin principio ni fin como los es Nuestro Señor Jesucristo) mientras Jesús estaba muriendo. (Juan 19-23); sabía el peso exacto de la mezcla de mirra y áloe, cien libras, que llevó Nicodemo para ungir el cuerpo de Jesús (Juan 19:39), y recordaba cómo el aroma del perfume de la unción se había extendido por toda la casa de Betania (Juan 12:3). Muchos de estos detalles parecen tan insignificantes que no tendrían ninguna importancia si no fuera porque son indicios del testimonio fidedigno del narrador.
Por mucho que difiera Juan de los otros tres Evangelios, las diferencias no se pueden atribuir a ignorancia, sino más bien al hecho de que tenía más conocimientos, o mejores fuentes, o una memoria más fiel que los otros.
Adicional evidencia de la información especializada del autor del Cuarto Evangelio se encuentra en su conocimiento detallado de Palestina y de Jerusalén. Sabía el tiempo que se había invertido en la construcción del templo (Juan 2:20); que los judíos y los samaritanos estaban enemistados tradicionalmente (Juan 4:9); la baja opinión que los judíos tenían de las mujeres (Juan 4:9), y el concepto que tenían del sábado (Juan 5:10; 7:21-23; 9:14). Tenía un conocimiento íntimo de la geografía de Palestina: conocía dos Betanias, una de las cuales estaba al otro lado del Jordán (Juan 1:28; 12:1); sabía que algunos de los discípulos eran de Betsaida (Juan 1:44; 12:21); que Caná estaba en Galilea (Juan 2:1; 4:46; 21:2), y que Sicar estaba cerca de Siquem (Juan 4:5). Tenía un conocimiento de Jerusalén calle por calle: conocía la Puerta de las Ovejas y el estanque que había por allí cerca (Juan 5:2); el estanque de Siloé (Juan 9:7); el Pórtico de Salomón (Juan 10:23); el torrente Cedrón (Juan 18:1); el enlosado que se llamaba Gabatá (Juan 19:13), y Gólgota, que es como una calavera (Juan 19:17). Debe recordarse que Jerusalén fue destruida el año 70 d.C., y que Juan no escribió hasta el año 100 o por ahí; y, sin embargo, se conocía Jerusalén como la palma de la mano.
Circunstancias en que escribió Juan
Ya hemos visto que hay diferencias innegables entre el Cuarto y los otros tres Evangelios; y también hemos visto que, fuera por la razón que fuera, no era por falta de conocimiento por parte de Juan. Ahora debemos preguntarnos: ¿Qué propósito tenía Juan al escribir su Evangelio? Si podemos descubrirlo, también descubriremos por qué seleccionó y elaboró los hechos de esa manera.El Cuarto Evangelio se escribió en Éfeso hacia el año 100 d.C. Para entonces habían surgido dos características especiales en la situación de la Iglesia Cristiana. La primera, que el Cristianismo se había desplazado al mundo gentil. La Iglesia Cristiana ya no era predominantemente judía; todo lo contrario: era gentil en su inmensa mayoría. Casi todos sus miembros procedían, no de un trasfondo judío, sino helenístico. En tales circunstancias, había que plantear el Cristianismo de nuevo. No es que hubiera cambiado la verdad del Evangelio; pero había que cambiar los términos y las categorías en que se había expresado anteriormente.
Vamos a tomar sólo un ejemplo. Si un griego tenía en la mano el Evangelio según san Mateo, en cuanto empezara a leerlo se encontraría con una larga genealogía. Los judíos estaban familiarizados con las genealogías, pero a los griegos les parecían algo sumamente extraño. Si seguía leyendo, se encontraba con que Jesús era hijo de David, un rey del que los griegos ni siquiera habrían oído, y que era el símbolo de una ambición racial y nacionalista que no le decían nada. Luego se encontraría con la descripción de Jesús como el Mesías, un término que no habría oído nunca. ¿Es que un griego que quisiera hacerse cristiano estaba obligado a reorganizar todas las categorías de su pensamiento para que se ajustaran a las de los judíos? ¿Tendría que aprender un montón de la historia dé los judíos y de su literatura apocalíptica: (que, hablaba de la venida del Mesías) antes de poder ser cristiano? Como lo expresó E. J. Goodspeed: «¿No había manera de que se le pudiera introducir directamente a las realidades de la Mvációá cristiana sin tener que pasar, diríamos ‹que ser reciclado›, al judaísmo?» Los griegos eran los mejores pensadores del mundo. ¿Tenían que abandonar la totalidad de su gran herencia intelectual, y empezar a pensar en los términos y las categorías de pensamiento de los judíos?
Juan se enfrentó con este problema directa y honradamente. Y encontró una, de las mayores soluciones que hayan entrado nunca en la mente humana. Más adelante, en el comentario, trataremos de la gran solución de Juan mucho más en detalle. De momento sólo la mencionaremos brevemente. Los griegos tenían dos grandes concepciones.
(a)
Tenían la concepción del Logos. En griego, logos quiere decir dos
cosas: palabra y razón. Los judíos estaban familiarizados con la idea de
la Palabra todopoderosa de Dios: «Dios dijo: « ¡Que haya luz!» Y hubo
luz» (Génesis 1:3). Los griegos estaban familiarizados con la idea de la
razón. Cuando observaban el universo, veían un orden magnífico e
infalible. El día y la noche se sucedían con constante regularidad; las
estaciones del año seguían su turno indefectiblemente; las estrellas y
los planetas recorrían sus rutas invariables; la naturaleza tenía leyes
inalterables. ¿Qué producía este orden? Los griegos contestaban sin
dudar que el Logos, la Mente de Dios, es responsable del orden
mayestático (Perteneciente o relativo a la majestad) del universo. Y a
la pregunta sobre qué es lo que le da al hombre la capacidad de pensar,
razonar y saber, contestaban igualmente sin la menor duda que el Logos,
la Mente de Dios que mora en el interior del hombre, le hace un ser
pensante racional. Juan se aferró a esta idea. Así era como pensaba en
Jesús. Les decía a los griegos: «Toda la vida habéis estado fascinados
por esa gran directriz y controladora Mente de Dios. Pues bien: la Mente
de Dios ha venido al mundo en el hombre Jesús. Miradle, y veréis cómo
son la mente y , el pensamiento de Dios.» Juan había descubierto una
nueva categoría en la qué los griegos podían pensar en Jesús, una
categoría en la que se presentaba, a Jesús como nada menos que Dios
actuando en forma humana.
(b)
Tenían la concepción de dos mundos. Los griegos siempre pensaban en dos
mundos: Uno era el mundo en que vivimos, un mundo, maravilloso a su
modo, pero que es un mundo de sombras: y copias e irrealidades. El otro
era el mundo real, en el que las grandes realidades, de las que nuestras
cosas terrenas son sólo copias pobres y pálidas, permanecen para
siempre. Para los griegos, el mundo invisible era el mundo real; él
mundo visible era sólo una sombría irrealidad.
Platón sistematizó
esa manera de pensar en su doctrina de las formas o ideas. Mantenía que
en el mundo invisible estaba el modelo perfecto de todas las cosas, y
que las cosas de este mundo eran copias sombrías de esos modelos
eternos. Dicho más sencillamente: Platón mantenía que en algún lugar
está el modelo perfecto de una mesa, del que todas las mesas de este
mundo son copias imperfectas; en algún lugar está el modelo perfecto de
lo bueno y de lo bello, del que toda bondad y belleza terrenas son sólo
copias imperfectas. Y la gran realidad, la idea suprema, el modelo de
todos los modelos y la forma de todas las formas era Dios. El gran
problema era cómo salir de este mundo de sombras, y entrar en el mundo
de la realidad. Juan declara que eso es precisamente lo que Jesús nos
capacita para hacer. Él es la realidad, que ha venido a la Tierra. La
palabra griega para real es aléthinós; está íntimamente relacionada con
aléthés, que quiere decir verdadero, y con alétheía, que quiere decir la
verdad.La antigua versión Reina Valera y la revisión de 1960 traducen aléthinós por verdadero; habría sido mucho mejor traducirlo por real. Jesús es la luz real (Juan 1:9); Jesús es el pan real (Juan 6:32); Jesús es la vid real (Juan 15:1); a Jesús Le pertenece el juicio real (Juan 8:16). Jesús es el único que encarna la realidad en nuestro mundo de sombras e imperfecciones. Hay algo que se deriva de esto. Todas las acciones que Jesús llevó a cabo son, por tanto, no sólo hechos que ocurrieron en el tiempo, sino ventanas por las que se nos permite contemplar la realidad. Eso es lo que Juan quiere decir cuando habla de los milagros de Jesús como señales (sémeía). Las obras maravillosas de Jesús no eran simplemente hechos admirables; eran ventanas que se abrían a la realidad que es Dios. Esto explica por qué Juan nos relata los milagros de una manera completamente diferente de la de los otros tres evangelistas. Hay dos diferencias principales.
(a)
En el Cuarto Evangelio echamos de menos el carácter de compasión que se
encuentra en los relatos de los otros tres. En los otros fue la
compasión lo que movió a Jesús a sanar al leproso (Marcos 1:41); Su
simpatía lo que le salió al encuentro a Jairo (Marcos 5:22); Le dio pena
del padre del muchacho epiléptico (Marcos 9:14); cuando devolvió a la
vida al hijo de la viuda de Naín, Lucas dice con una ternura infinita
que «se le devolvió a su madre» (Lucas 7:15).
Pero en Juan los
milagros no son tanto obras de compasión como acciones que demuestran la
gloria de Cristo. Después del milagro de Caná de Galilea, Juan comenta:
«Esta, la primera de sus señales, la hizo Jesús en Caná de Galilea, y
manifestó Su gloria» (Juan 2:4). La resurrección de Lázaro tuvo lugar
«para la gloria de Dios» (Juan 11:4). La ceguera del ciego de nacimiento
existía para permitir la demostración de la gloria de las obras de Dios
(Juan 9:3). No es que para Juan no hubiera amor ni compasión en los
milagros; pero en ellos veía la gloria de la realidad de Dios abriéndose
paso en el tiempo y en las condiciones humanas.
(b)
A menudo los milagros de Jesús en el Cuarto Evangelio van acompañados
de largos discursos. La multiplicación de los panes y los peces va
seguida de un largo mensaje sobre el pan de vida (capítulo 6); la
curación del ciego viene a ilustrar el dicho de que Jesús es la luz del
mundo (capítulo 9); la resurrección de Lázaro conduce al dicho de que
Jesús es la resurrección y la vida (capítulo 10). Para Juan, los
milagros no eran simplemente acontecimientos singulares en el tiempo,
sino vislumbres de lo que Dios está haciendo siempre y de lo que es
Jesús siempre; son ventanas a la realidad de Dios.
No es sólo que
Jesús alimentó una vez a cinco mil personas; esa era una ilustración de
que es siempre el pan de vida real. No es sólo que Jesús le dio la vista
a uno que había nacido ciego, sino que El es siempre la luz del mundo.
No es sólo que Jesús resucitó una vez a Lázaro, sino que Él es siempre y
para todos los hombres la resurrección y la vida. Para Juan, un milagro
no era meramente un hecho aislado, sino una ventana abierta a la
realidad de lo que Jesús ha sido siempre, y es, y siempre ha hecho, y
siempre hace.Con esto en mente, aquel gran investigador que fue Clemente de Alejandría (c. 230 d.C.) llegó a uno de los más famosos y convincentes veredictos acerca del origen y propósito del Cuarto Evangelio. Su sugerencia era que los Evangelios que contienen las genealogías se habían escrito primero -es decir, Mateo y Lucas-; y que más tarde Marcos, a ruego de muchos que habían oído predicar al apóstol Pedro, escribió su Evangelio, que incluía los materiales de la predicación de Pedro; y que «por último, Juan, reconociendo que lo que hacía referencia a las cosas corporales del ministerio de Jesús se había narrado suficientemente, y animado por sus amigos e inspirado por el Espíritu Santo, escribió un Evangelio espiritual.» (Citado por Eusebio, Historia Eclesiástica 6:14). Lo que Clemente quería decir era que Juan no estaba tan interesado en los hechos concretos como en su significado; no tanto en los datos como en la verdad. Juan no veía los acontecimientos de la vida de Jesús simplemente como sucesos en el tiempo; los veía como ventanas por las que se ve la eternidad; e investigaba el sentido espiritual de los hechos y de las palabras de Jesús como no lo intentaron los otros tres evangelistas.
Ese sigue siendo uno de los veredictos más convincentes y profundos que se han alcanzado acerca del Cuarto Evangelio. Así pues, lo primero de todo, Juan presentó a Jesús como la Mente de Dios que había venido a la Tierra en una persona humana; una persona que posee la realidad en vez de las sombras, y que puede conducir a los hombres de las sombras al mundo real que Platón y otros grandes griegos habían intuido. El Evangelio, que había estado revestido con el ropaje de las categorías judías, asumió por fin la grandeza del pensamiento de los griegos.
El brote de las herejías
El segundo de los hechos importantes que confrontaban a la Iglesia cuando se escribió el Cuarto Evangelio era el brote de las herejías. Hacía ya setenta años que Jesús había sido crucificado. La Iglesia era ya una organización y una institución. Se iban concibiendo y formulando teologías y credos; e, inevitablemente, los pensamientos de algunos siguieron caminos equivocados y surgieron herejías. Una herejía no suele ser una falsedad total; a menudo se produce cuando se subraya exageradamente algún aspecto de la verdad. Podemos descubrir por lo menos dos de las herejías que el autor del cuarto Evangelio trataba de combatir.
(a)
Había ciertos cristianos, especialmente los de origen judío, que le
asignaban un lugar demasiado alto a Juan el Bautista. Había habido algo
en él que era natural que produjera una gran impresión en los judíos.
Pertenecía a la estirpe de los profetas, y hablaba con voz profética.
Sabemos que en tiempo posterior hubo una secta de Juan el Bautista.
En
Hechos 19:1-7 leemos que Pablo encontró en Éfeso a un grupito de doce
hombres en la frontera de la Iglesia Cristiana que no habían llegado más
allá del bautismo de Juan.Una y otra, vez, cortés pero firmemente, relega a Juan al lugar que le corresponde. Una y otra vez, el mismo Juan niega haber poseído o pretendido la categoría suprema, y se la reconoce a Jesús sin el menor lugar a duda. Ya hemos visto que en los otros Evangelios el ministerio de Jesús no empezó hasta que metieron en la cárcel a Juan el Bautista; pero en el Cuarto Evangelio los ministerios de ambos coincidieron en parte. Es posible que el autor del Cuarto Evangelio presentara los hechos de forma que se viera que se habían encontrado, y que Juan había aprovechado los encuentros para admitir, y hacer admitir a otros, la supremacía de Jesús. Se hace notar expresamente que, Juan «no era la luz» (Juan 1:8). Se le presenta rechazando concretamente ninguna aspiración mesiánica (Juan 1:20ss; 3:28; 4:1; 10:41). No se permite considerarle como el testigo supremo (Juan 5:36). No se le hace la menor crítica a Juan el Bautista; pero se corrige la posible tendencia a darle un lugar que pertenece solamente a Jesús.
(b)
Cierto tipo de herejía que se había extendido ampliamente en los días
en que se escribió el Cuarto Evangelio se llama con el nombre general de
gnosticismo (Doctrina filosófica y religiosa de los primeros siglos de
la Iglesia, mezcla de la cristiana con creencias judaicas y orientales,
que se dividió en varias sectas y pretendía tener un conocimiento
intuitivo y misterioso de las cosas divinas).
Si no lo tenemos en
cuenta y lo entendemos un poco, perderemos mucho de la grandeza y del
propósito de Juan. La doctrina básica del gnosticismo era que la materia
es esencialmente mala, y el espíritu esencialmente bueno. De ahí
pasaban los gnósticos a afirmar que Dios no podía tocar la materia y,
por tanto, no había creado el mundo. Lo que sí hizo fue producir una
serie de emanaciones, cada una de las cuales estaba más lejos de Él,
hasta que, por fin, hubo una que podía tocar la materia. Esa emanación
fue la que creó el mundo.Esa idea ya es en sí suficientemente mala; pero la hizo peor algo que se le añadió. Los gnósticos afirmaban que cada emanación sabía menos de Dios que las anteriores, hasta que se llegaba a un nivel en el que, no sólo eran ignorantes, sino hostiles a Dios. Así llegaban a la conclusión de que el dios creador era, no sólo diferente del Dios real, sino totalmente ignorante de Él y hostil a Él. Cerinto, uno de los líderes de los gnósticos, dijo que «el mundo fue creado, no por Dios, sino por un cierto poder muy distante de Él y muy lejos de ese otro poder que está sobre el universo, e ignorante del Dios que está sobre todo.»
Los gnósticos creían que Dios no había tenido nada que ver con la creación del mundo. Por eso Juan empieza su Evangelio con la afirmación tajante: «Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de lo que hay hecho» (Juan 1:3). Por eso Juan insiste en que «de tal manera amó Dios al mundo» (Juan3:16). Frente a los gnósticos, que tanto erraban al «espiritualizar» a Dios hasta tal punto que no podía tener nada que ver con el mundo, Juan presentaba la doctrina cristiana del Dios que creó el mundo y cuya presencia llena el mundo que Él ha hecho.
Las creencias de los gnósticos influían en su idea de Jesús.
(a)
Algunos de los gnósticos afirmaban que Jesús era una de las emanaciones
que procedían de Dios. Mantenían que no era divino en ningún sentido
real; que era sólo una especie de semidiós más o menos distante del Dios
real; que era simplemente uno de una cadena de seres inferiores entre
Dios y el mundo.
(b)
Algunos de los gnósticos mantenían que Jesús no tenía un cuerpo real.
El cuerpo es materia, y Dios no podía tocar la materia; por tanto Jesús
era una especie de fantasma, no un ser de carne y hueso. Sostenían, por
ejemplo, que cuando andaba por la tierra no dejaba huellas, porque su
cuerpo no tenía peso ni sustancia. No podrían haber dicho nunca: « El
Verbo se hizo carne» (Juan 1:14). Agustín nos dice que había leído
muchas de las obras de los filósofos de su tiempo; que había encontrado
muchas cosas que eran como lo que hay en el Nuevo Testamento; pero dijo:
«Que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros no lo leí allí.»
Por eso Juan, en su Primera Epístola, insiste en que Jesús vino en la
carne, y declara que el que lo niegue está movido por el espíritu del
anticristo (1 Juan 4:3).
Esa forma particular de gnosticismo se
llama docetismo, de la palabra griega dokein, que quiere decir parecer; y
la herejía así llamada mantenía que Jesús simplemente parecía ser un
hombre.
(c)
Algunos gnósticos sostenían una variante de esa herejía. Decían que
Jesús era un hombre al que vino el Espíritu de Dios en el bautismo; que
el Espíritu siguió con él toda su vida, hasta el final; pero, como el
Espíritu de Dios no podía sufrir y morir, le dejó inmediatamente antes
de que le crucificaran. Explicaban el grito desde la cruz como: «Mi
poder, mi poder, ¿por qué me has abandonado?» Y decían en sus libros que
había personas hablando en el Monte de los Olivos con uno que era
exactamente igual que Jesús, mientras el hombre Jesús moría en la cruz.
Así
es que las herejías gnósticas se presentaban en dos formas. O bien
creían que Jesús no era realmente divino sino simplemente una de la
serie de emanaciones que procedían de Dios, o que no era humano en
ningún sentido, sino una especie de fantasma que se presentaba en forma
humana. Las creencias gnósticas destruyen a la vez la divinidad real y
la humanidad real de Jesús.La humanidad de Jesús
El hecho de que Juan se propusiera corregir estas dos tendencias gnósticas explica un curioso énfasis paradójicamente doble de su Evangelio: Por una parte, no hay otro Evangelio que subraye tan sin compromisos la humanidad real de Jesús. Jesús estaba enfadado con los que vendían y compraban en los atrios del templo (Juan 2:15); estaba físicamente cansado cuando se sentó al lado del pozo que había cerca de Sicar, en Samaria (Juan 4:6); Sus discípulos le ofrecieron algo de comer de la manera que se le ofrecería a uno que tuviera hambre (Juan 4:31); Jesús simpatizaba con los que tenían hambre y miedo (Juan 6:5, 20); sentía dolor y lloraba con los que estaban de duelo (Juan 11:33, 35, 38); en la agonía de la cruz, el grito que salió de sus labios resecos fue: «¡Tengo sed!» (Juan 19:28). El Cuarto Evangelio nos presenta a un Jesús que no era una figura irreal o docética, sino uno que experimentaba el cansancio de un cuerpo agotado, y las heridas de una mente y de un corazón apesadumbrados. Es el Jesús humano en todos los sentidos el que el cuarto Evangelio nos presenta.La deidad de Jesús
Por otra parte, ningún otro Evangelio nos presenta más claramente la deidad de Jesús.
(a)
Juan subraya la preexistencia de Jesús. «Antes que Abraham fuese -les
dijo Jesús-, Yo soy» (Juan 8:58); Jesús habla de la gloria que tuvo
cerca de Dios antes que el mundo existiera (Juan 17:5). Una y otra vez
habla de su bajada desde el Cielo (Juan 6:33-38). Juan veía en Jesús a
uno que había existido siempre, hasta antes de la creación del mundo.
(b)
El Cuarto Evangelio hace hincapié más que los otros en la omnisciencia
de Jesús. Juan nos presenta que Jesús sabía, al parecer milagrosamente,
el pasado de la mujer samaritana (Juan 4:16-17); sin que nadie se lo
dijera, Jesús sabía el tiempo que había estado aquel enfermo cerca del
estanque milagroso (Juan 5:6); desde antes, ya sabía la respuesta a la
pregunta que le hizo a Felipe (Juan 6:6); sabía que Judas le iba a
traicionar (Juan 6:61-64), y antes de que nadie se lo dijera ya sabía
que Lázaro había muerto (Juan 11:14). Juan veía que Jesús tenía un
conocimiento especial y milagroso independientemente de lo que otros le
pudieran decir. No tenía necesidad de hacer preguntas, porque ya sabía
todas las respuestas.
(c)
El Cuarto Evangelio hace hincapié en el hecho de que Jesús hacía
siempre las cosas por propia iniciativa y sin depender de nadie. No fue
la petición de su madre lo que le movió a realizar el milagro de las
bodas de Caná de Galilea, sino Su propia decisión personal (Juan 2:4);
la insistencia de sus hermanos no fue lo que le obligó a ir a Jerusalén
para la Fiesta de los Tabernáculos (Juan 7:10); nadie le quitó la vida,
Él mismo la ofreció voluntaria -y libremente (Juan 10:18; 19:11). Juan
se dio cuenta de que Jesús actuaba con una independencia divina, libre
de toda influencia humana. Jesús siempre decidía y actuaba por sí mismo.
Para
salirles al paso a los gnósticos y a sus extrañas doctrinas, Juan nos
presenta a un Jesús que era indudablemente humano, pero que era también
indudablemente divino.El autor del cuarto Evangelio
Hemos visto que el propósito del autor del Cuarto Evangelio era presentar el Evangelio de una forma que resultara comprensible para los griegos, y también combatir las herejías e ideas equivocadas que habían surgido en el seno de la Iglesia. Ahora debemos pasar a preguntarnos: ¿Quién fue el autor del Cuarto Evangelio? La tradición responde unánimemente que fue el apóstol Juan. Vamos a ver que, sin duda, la autoridad de Juan respalda el Evangelio, aunque es posible que no fuera su mano la que le diera la forma definitiva. Vamos a recoger lo que sabemos del apóstol Juan.Era el más joven de los hijos de un tal Zebedeo, que tenía un negocio de pesca lo suficientemente bien montado como para tener empleados además de sus hijos (Marcos 1:19s). Su madre se llamaba Salomé, y parece probable que fuera hermana de María, la madre de Jesús (Mateo 27:56; Marcos 16:1). Con su hermano Santiago obedeció la llamada de Jesús (Marcos 1:20). Parecería que Santiago y Juan eran socios de Pedro en el negocio de la pesca (Lucas 5:7-10). Era uno de los que formaban el círculo más íntimo de los discípulos, porque las listas empiezan siempre por los nombres de Pedro, Santiago y Juan, y hay ciertas ocasiones especiales en las que Jesús llevó sólo consigo a estos tres (Marcos 3:17; 5:37; 9:2; 14:33).
En cuanto a carácter, está claro que era un hombre turbulento y ambicioso. Jesús les puso a él y a su hermano el mote de Boanergues, que los evangelistas interpretan como Hijos del trueno. Juan y Santiago eran absolutamente exclusivistas e intolerantes (Marcos 9:38; Lucas 9:49). Tenían un temperamento tan violento que querían demoler un pueblo samaritano porque no les quiso dar hospitalidad cuando iban camino de Jerusalén (Lucas 9:54). Ellos dos -o su madre Salomé para ellos- tenían la ambición de convertirse en primeros ministros cuando Jesús inaugurara Su Reino (Marcos 10:35; Mateo 20:20). En los otros tres Evangelios se nos presenta como un líder entre los apóstoles, uno de los del círculo íntimo, y, sin embargo, turbulento, ambicioso e intolerante.
En el Libro de los Hechos, Juan siempre aparece en compañía de Pedro, y nunca es él el que habla. Su nombre sigue figurando entre los tres a la cabeza de la lista apostólica (Hechos 1:13). Estaba con Pedro en la curación del cojo en la Puerta Hermosa del templo (Hechos 3:1). Le trajeron con Pedro al sanedrín, cuando ambos se comportaron con tal valor y arrojo ante los líderes judíos que los dejaron alucinados (Hechos 4:1-13). También está con Pedro cuando van a Samaria a supervisar el trabajo de Felipe (Hechos 8:14).
En las cartas del apóstol Pablo sólo se le menciona una vez, en Gálatas 2:9, donde aparece con Pedro y Santiago como uno de los pilares de la Iglesia que dieron su aprobación a la obra misionera de Pablo. Juan era una mezcla extraña. Era uno de los líderes de los Doce; formaba parte del círculo más íntimo de los amigos de Jesús, y al mismo tiempo era hombre de temperamento ambicioso e intolerante, pero no menos valiente.
Podemos seguir a Juan en las historias que se contaban de él en la Iglesia Primitiva. Eusebio nos dice que le desterraron a Patmos en el reinado de Domiciano (Eusebio, Historia Eclesiástica 3:23). En el mismo pasaje Eusebio nos cuenta una historia característica de Juan que él recibió de Clemente de Alejandría. Juan llegó a ser una especie de obispo de Asia Menor, y estaba visitando a la sazón una de las iglesias cerca de Éfeso. En la congregación vio a un joven alto, fuerte y muy bien parecido. Se volvió al anciano responsable de la congregación y le dijo: -Te confío encarecidamente a ese joven, y hago testigos de ello a todos los de la congregación. El anciano dio hospitalidad al joven en su propia casa, y le cuidó e instruyó, hasta que un buen día fue bautizado y recibido en la iglesia. Pero poco después se juntó con malas compañías y se embarcó en una carrera de crímenes que le llevó a ser el jefe de una pandilla de bandoleros y asesinos. Algún tiempo después volvió a pasar Juan por aquella congregación, y le dijo al anciano: -Da cuenta del depósito que el Señor y yo os confiamos a ti y a la iglesia que está a tu cargo. Al principio el anciano no sabía de lo que le hablaba Juan, hasta que le dijo: -Me refiero al alma del joven que te confié. -¡Ay dijo el anciano-, que está muerto! -¿Muerto? -Sí; muerto para Dios. Cayó de la gracia. Tuvo que huir de la ciudad a causa de sus crímenes, y ahora es un bandolero en las montañas. Inmediatamente, Juan se dirigió á las montañas. Se dejó capturar a propósito por la banda de forajidos. Le llevaron a aquel joven, que era el jefe, que, de la vergüenza que le dio, intentó huir de él. Juan, aunque era anciano, le persiguió gritándole: -¡Hijo mío! ¿Es que vas a huir de tu padre? Yo estoy débil y cargado de años; ten piedad de mí, hijo mío; no tengas miedo; aún hay esperanza de salvación para ti. Yo me presentaré por ti ante el Señor Cristo. Si hace falta, de buena gana moriré por ti como Él murió por mí. ¡Detente, para, cree! ¡Es Cristo el Que me ha enviado a Ti! Aquellas palabras quebrantaron el empedernido corazón del joven, que se detuvo, tiró las armas y rompió a llorar. Juntos bajaron de la montaña, y el joven volvió a la iglesia y a la fe. Aquí vemos el amor y el valor de Juan en acción.
Eusebio (3:28) nos cuenta otra historia de Juan que él sacó de las obras de Ireneo. Ya hemos visto que uno de los líderes de la herejía gnóstica era un tal Cerinto. «El apóstol Juan entró una vez en los baños para darse un baño; pero, cuando se enteró de que Cerinto estaba allí, pegó un salto y salió corriendo por la puerta de donde estaba, porque no podía soportar estar bajo el mismo techo que él. Y aconsejó a los que estaban con él que hicieran lo mismo.
-¡Huyamos -les dijo- antes que los baños se nos caigan encima; porque Cerinto, el enemigo de la verdad, está dentro!»
Aquí tenemos otro rasgo del temperamento de Juan. Boanergues no había muerto del todo. Casiano nos cuenta otra historia famosa de Juan. Cierto día, estaba jugando con una perdiz amaestrada. Un hermano más rígido y estrecho le reprendió por perder el tiempo, y Juan le respondió: -El arco que siempre está tenso, pronto deja de tirar derecho.
Y es Jerónimo el que nos cuenta la historia de las palabras finales de Juan. Cuando estaba muriendo, sus discípulos le preguntaron si tenía algún último mensaje que dejarles. -Hijitos: Amaos unos a otros y lo repitió varias veces. Cuando le preguntaron si era eso todo, dijo sencillamente: -Con eso basta, porque es el mandamiento del Señor.
Tal es la información acerca de Juan que nos ha llegado, de la que surge como figura de temperamento ardiente, de gran ambición, de indudable coraje y, finalmente, de tierno amor.
El discípulo amado
Si hemos ido siguiendo las referencias con atención, nos habremos dado cuenta de una cosa. Todo lo que sabemos de Juan se encuentra en los otros Evangelios. Es sorprendente que el apóstol Juan nunca se menciona en el Cuarto Evangelio, de principio a fin. Pero sí menciona a otras dos personas. Primero, habla del discípulo al que Jesús amaba. Se le menciona cuatro veces: estaba recostado en el pecho de Jesús en la Última Cena (Juan 13:23-25; RV60: «al lado de Jesús» y «cerca del pecho de Jesús»); fue a él al que Jesús le confió a Su madre cuando estaba muriendo en la cruz (19:25-27); fue a él y a Pedro a los que se encontró María Magdalena al volver de la tumba vacía la mañana del Domingo de Resurrección (Juan 20:2); estaba presente en la última aparición de Jesús Resucitado en el lago (Juan 21:20).En segundo lugar, el Cuarto Evangelio tiene una especie de personaje al que podríamos llamar el Testigo. Cuando nos refiere que la lanza hirió el costado de Jesús, del que salió agua con sangre, se añade: «Y el que lo vio ha dado testimonio y su testimonio es verdad, y él sabe que dice la verdad para que vosotros también creáis» (Juan 19:35). Al final del Evangelio se hace la afirmación de que fue el Discípulo amado quien testificó de estas cosas, «y sabemos que su testimonio es verdad» (Juan 21:24).
Aquí nos enfrentamos con algo bastante extraño. Juan no se menciona a sí mismo en el Cuarto Evangelio, pero sí al Discípulo amado y, además, al Testigo mayor de toda excepción de la historia. Nunca se ha dudado realmente en la tradición que el Discípulo amado era Juan. Algunos han tratado de identificarle con Lázaro, porque se nos dice que Jesús le amaba (Juan 11:3, 5), o con el joven rico, del que se dice que Jesús le amó cuando le vio (Marcos 10:21). Pero, aunque el Evangelio nunca lo dice con todas las letras, la tradición ha identificado siempre a Juan con el Discípulo amado, y no hay razón de peso para dudar de esa identificación.
Pero surge un detalle muy real: Supongamos que fue Juan mismo el que escribió el Evangelio. ¿Sería normal que hablara de sí mismo como el Discípulo amado de Jesús? ¿Sería realmente normal que se destacara a sí mismo de esa manera, como si quisiera decir: «Yo era Su favorito, al que Jesús quería más que a nadie»? Es realmente muy poco probable que Juan se asignara ese título; si fueron otros los que se lo aplicaron, bonito; pero, si fue él mismo, parece presunción.
Entonces, ¿habría alguna manera de que el Cuarto Evangelio fuera de Juan como testigo presencial, pero al mismo tiempo lo hubiera escrito otra persona?
La producción de la iglesia
En nuestra búsqueda de la verdad, empezamos por darnos cuenta de una de las características sobresalientes y únicas del Cuarto Evangelio. Lo más sorprendente en él son los largos discursos de Jesús. A menudo llenan todo un capítulo, y son muy diferentes de la manera como se nos presenta en los otros 3 Evangelios que hablaba Jesús.
El Cuarto Evangelio, como ya hemos visto, se escribió hacia el año 100 d.C., es decir, setenta años después de la Crucifixión. ¿Se pueden considerar esos discursos como reproducciones palabra por palabra de lo que dijo Jesús? ¿O podemos explicarlos de alguna manera, que a lo mejor les da todavía más valor?
Debemos empezar manteniendo en mente el hecho de los discursos y de las preguntas que suscitan inevitablemente. Y tenemos algo que añadir a eso. Resulta que tenemos entre los escritos de la Iglesia Primitiva una amplia serie de relatos sobre la manera en que llegó a escribirse el Cuarto Evangelio: El más antiguo es el de Ireneo, que fue obispo de Lyon hacia el 177 d.C.; y había sido discípulo de Policarpo, que a su vez lo había sido de Juan. Por tanto hay una cadena, corta e ininterrumpida, entre Ireneo y Juan. Escribe Ireneo: «Juan, el discípulo del Señor, el que se recostó en su pecho, fue el que publicó el Evangelio en Éfeso; cuando estaba viviendo en Asia.»
Lo más sugestivo es que Ireneo no dice simplemente que Juan escribió el Evangelio; dice que Juan lo publicó (exedóke) en Éfeso. La palabra que usa Ireneo suena, no como si se tratara de la publicación privada de unas memorias personales, sino de la salida al público de un documento oficial.
El siguiente relato es el de Clemente, que era el cabeza de una gran escuela cristiana en Alejandría hacia el año 230 d.C.:
«Por último Juan, reconociendo que lo que hacía referencia a las cosas corporales del ministerio de Jesús se había narrado suficientemente, y animado por sus amigos e inspirado por el Espíritu Santo, escribió un Evangelio espiritual.»,
Lo que nos interesa de aquí ahora es la frase animado por sus amigos. Empieza a resultar claro que el Cuarto Evangelio es mucho más que la producción de una sola persona, y que había un grupo, una comunidad, una iglesia detrás de él. En el mismo sentido, un manuscrito del siglo X que se llama Codex Toletanus que contiene introducciones con breves resúmenes de los libros del Nuevo Testamento, introduce el Cuarto Evangelio así: «El apóstol Juan, al que más amaba el Señor Jesús, escribió este Evangelio el último, a petición de los obispos de Asia, contra Cerinto y otros herejes.»
De nuevo recibimos la impresión de que detrás del Cuarto Evangelio está la autoridad de un grupo y de una iglesia. Ahora pasamos a un documento muy importante, que se conoce como el Canon de Muratori, por el nombre del investigador que lo descubrió. Es la primera lista de libros del Nuevo Testamento que publicó la Iglesia, y que se compiló en Roma hacia el año 170 d.C. No sólo da una lista de los libros del Nuevo Testamento, sino también breves noticias acerca del origen, naturaleza y contenido de cada uno de ellos. Su relato de la manera en que llegó a escribirse el Cuarto Evangelio es sumamente importante e iluminador: «A petición de sus condiscípulos y de sus obispos, Juan, uno de los discípulos, dijo: ‹Ayunad conmigo tres días desde ahora, y lo que se nos revele a cada uno, sea a favor de que yo lo escriba o no, nos lo comunicaremos›.» Aquella misma noche se le reveló a Andrés que Juan había de relatar todas las cosas, ayudado por «la revisión de todos.»
No es fácil aceptar todo ese relato, porque no parece posible que Andrés -si es que era el apóstol- estuviera en Éfeso hacia el año 100 d.C.; pero lo que se reseña con la mayor claridad es que, si bien la autoridad y la mente y la memoria que hay detrás del Cuarto Evangelio son las de Juan; es clara y definitivamente el producto, no de. una persona, sino de un grupo y de una comunidad.
Ahora podemos reconstruir lo que sucedió. Hacia el año 100 d.C. había en Éfeso un grupo de personas cuyo líder era Juan. Le respetaban como a un santo y le amaban como a un padre. Debe de haber tenido cerca de los 100 años. Antes de que muriera, pensaron muy sensatamente que sería una gran cosa que el anciano apóstol escribiera sus memorias de los años que había estado con Jesús. Pero acabaron haciendo mucho más que eso. Nos los figuramos sentados, reviviendo los días pasados. Uno diría: «¿Recordáis cómo dijo Jesús...?» Y Juan diría: «Sí; y ahora sabemos lo que quería decir...»
En otras palabras: este grupo no escribió solamente lo que dijo Jesús; eso no habría sido nada más que una demostración de buena memoria. Estaban escribiendo lo que Jesús quería decir; eso era la dirección del Espíritu Santo. Juan había meditado sobre cada palabra que había dicho Jesús; y había pensado bajo la dirección del Espíritu Santo, Que era Alguien muy real para él. W. M. Macgregor tiene un sermón titulado: «Lo que Jesús llega a ser para uno que le ha conocido mucho tiempo.» Esa es la exacta descripción de Jesús que encontramos en este Evangelio. A. H. N. Green Armytage lo expresa perfectamente en su libro Juan que vio Marcos, dice, le va bien al misionero, con su relato escueto de los hechos de la vida de Jesús. Mateo le va bien al maestro, con su colección sistemática de las enseñanzas de Jesús; Lucas le va bien al párroco o al pastor, con su gran simpatía y su retrató de Jesús como el amigo de todos; pero Juan es el Evangelio del contemplativo. Y sigue hablando del aparente contraste entre Marcos y Juan. «Los dos Evangelios son, -en cierto sentido, el mismo Evangelio. Solamente que, donde Marcos vio las cosas sencilla y llanamente, al natural y literalmente, Juan las vio sutil, profunda y espiritualmente. Podríamos decir que Juan iluminó las páginas de Marcos con la lámpara de una vida de meditación.» Wordsworth definía la, poesía como «Emoción recogida en tranquilidad.» Esa es una descripción perfecta del Cuarto Evangelio. Por eso Juan es, sin lugar a dudas, el mayor de los Evangelios. Su objetivo no era transcribirnos lo que dijo Jesús como podía haberlo hecho un buen taquígrafo, sino transmitirnos lo que Jesús quería decir. En él, todavía habla el Señor Resucitado. Juan no es tanto El Evangelio según san Juan, como El Evangelio según el Espíritu Santo. No fue el Juan de Éfeso el que escribió el Cuarto Evangelio: fue el Espíritu Santo el Que lo escribió por medio de Juan.
El amanuense del Evangelio
Todavía tenemos que hacernos una pregunta. Podemos estar bien seguros de que la mente y la memoria que hay detrás del Cuarto Evangelio son las del apóstol Juan; pero también hemos visto que por detrás hay también un testigo que fue el escritor, -el amanuense, la persona que tiene por oficio escribir a mano, copiando o poniendo en limpio escritos ajenos, o escribiendo lo que se le dicta-, en el sentido de que fue el que lo escribió materialmente. ¿Podemos descubrir quién fue? Sabemos, por lo que nos han transmitido los escritores de la Iglesia Primitiva, que había realmente, no uno, sino dos Juanes en Éfeso al mismo tiempo: por una parte estaba el apóstol Juan; pero estaba también otro Juan, al que se conocía como el anciano Juan.Papías, al que le encantaba recoger todo lo que pudiera encontrar sobre la historia del Nuevo Testamento y de Jesús, aporta aquí una información muy interesante. Era obispo de Hierápolis, que estaba bastante cerca de Éfeso, y vivió del 70 al 145 d.C. Es decir, que fue un contemporáneo de Juan. Describe cómo trataba de descubrir «lo que habían dicho Andrés, o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Santiago, o Juan, o Mateo, o cualquier otro de los discípulos del Señor; y lo que decían Aristión y el anciano Juan, los discípulos del Señor.» En Éfeso estaban el apóstol Juan y el anciano Juan; y el anciano Juan era tan bien conocido que se le llamaba simplemente El Anciano. No cabe duda de que tenía una posición única en la Iglesia. Tanto Eusebio como Dionisio el Grande nos dicen que había todavía en sus días dos tumbas famosas en Éfeso: la del apóstol Juan y la del anciano Juan.
Ahora vamos a fijarnos en las dos cartas Segunda de Juan y Tercera de Juan. Son del mismo autor que el Cuarto Evangelio, y ¿cómo empiezan? La segunda carta empieza: «El anciano, a la señora elegida y a sus hijos» (2 Juan l). La tercera carta empieza: «El anciano, al amado Gayo» (3 Juan 1). Aquí tenemos la solución.
El que escribió las cartas de su puño y letra fue el anciano Juan; pero la mente y la memoria detrás de ellas eran las de su maestro, el apóstol Juan, al que el anciano Juan describía siempre como «el discípulo amado del Señor.»
El precioso Evangelio
Cuanto más sabemos del Cuarto Evangelio más precioso nos resulta. Juan había estado pensando en Jesús setenta años. Día a día el Espíritu Santo le había estado descubriendo el sentido de lo que Jesús había dicho y hecho; así es que, cuando Juan ya tenía cerca de un siglo de edad y eran contados los días que le quedaban, se sentó con sus amigos para recordar. El anciano Juan manejaba la pluma para escribir para su maestro, Juan el apóstol; y el último de los apóstoles dejó constancia, no sólo de lo que él le había oído decir a Jesús, sino también de lo que él comprendía entonces que Jesús había querido decir. Recordaba que Jesús había dicho: «Todavía tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podríais asumir; pero, cuando venga el Espíritu de la Verdad, Él se encargará de guiaros a la Verdad total» (Juan 16:12-13). Había muchas cosas que Juan no había entendido setenta años atrás; había muchas cosas que en esos setenta años el Espíritu de la Verdad le había revelado; y Juan nos las dejó cuando ya la gloria eterna le estaba amaneciendo.Cuando leamos este Evangelio, recordemos que estamos leyendo el que es más la obra del Espíritu Santo, que nos declara lo que Jesús había querido decir, por medio de la mente y la memoria del apóstol Juan y la pluma del anciano Juan. Detrás de este Evangelio está toda la iglesia de Éfeso, toda la compañía de los santos, el último de los apóstoles, el Espíritu Santo y el mismo Cristo Resucitado.
Cronología
- Herodes el Grande empieza a gobernar 37 a.C.
- Nace Jesús 6/5 a.C.
- Huida a Egipto 5/4 a.C.
- Herodes el Grande muere 4 a.C.
- Regreso a Nazaret 4/3 a.C.
- Judea pasa a ser una provincia romana 6 d.C.
- Tiberio César elegido emperador 14
- Poncio Pilato elegido gobernador 26
- Jesús inicia su ministerio 26/27
- Jesús y Nicodemo 27
- Jesús escoge a los doce discípulos 28
- Jesús alimenta a cinco mil 29
- Jesús es crucificado, resucita y asciende 30
Versículos clave: «Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero éstas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Joh_20:30-31).
Personas clave: Jesús, Juan el Bautista, los discípulos, María, Marta, Lázaro, la madre de Jesús, Pilato, María Magdalena
Lugares clave: Territorio de Judea, Samaria, Galilea, Betania, Jerusalén
Características particulares:
De los ocho milagros descritos, seis son únicos (en relación con los Evangelios), como es el caso del discurso en el aposento alto (capítulos 14-17). Más del noventa por ciento de Juan es único, peculiar. Juan no incluye una genealogía ni referencia alguna al nacimiento de Jesús, su niñez, tentación, transfiguración, elección de sus discípulos, tampoco hay parábolas, ascensión ni la Gran Comisión.
Él dijo y las galaxias rotaron en su lugar, las estrellas resplandecieron en los cielos y los planetas comenzaron a girar en las órbitas alrededor de sus soles: palabras imponentes, sin límites, poder sin ataduras. Habló otra vez y las aguas y continentes se llenaron de plantas y criaturas que corrían, nadaban, crecían y se multiplicaban: palabras que dan vida, inspiración, que hacen vibrar la vida. Volvió a hablar y se formaron el hombre y la mujer, pensaban, hablaban y amaban: palabras de gloria personal y creativas. Eterno, infinito e ilimitado: él fue, es y siempre será el Hacedor y Señor de todo lo que existe.
Y luego vino en la carne a un punto del universo llamado planeta tierra. El Creador poderoso vino a formar parte de la creación, limitado por tiempo y espacio, susceptible a la edad, a las enfermedades y a la muerte. Pero el amor lo impulsó y por eso vino a salvar y a rescatar a los que estaban perdidos y darles el don de la eternidad. él es el Verbo; él es Jesús, el Cristo.
Esta es la verdad que el apóstol Juan nos revela en su libro. El Evangelio de Juan no es la narración de la vida de Jesús, es un argumento poderoso en cuanto a la encarnación, una demostración concluyente de que Jesús fue y es el Hijo de Dios enviado del cielo y la única fuente de vida eterna.
Juan expone la identidad de Cristo desde sus primeras palabras: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» (Joh_1:1-2) y en el resto del libro continúa el tema. Juan, el testigo, escogió ocho de los milagros de Cristo (o señales, como él las llamó), que revelan la naturaleza divina/humana de Cristo y su misión en la que da su vida. Estas señales son: (1) cambiar el agua en vino (Joh_2:1-11), (2) sanar al hijo de un oficial del rey (Joh_4:46-54), (3) sanar al paralítico de Betesda (Joh_5:1-9), (4) alimentar a más de cinco mil con unos cuantos panes y peces (Joh_6:1-14), (5) caminar sobre el mar (Joh_6:15-21), (6) sanar la vista a un ciego (Joh_9:1-41), (7) resucitar a Lázaro (Joh_11:1-44) y, más tarde, la resucitar él, (8) dar a los discípulos una abrumadora pesca de peces (Joh_21:1-14).
En cada capítulo la divinidad de Cristo se revela. Y Juan subraya la verdadera identidad de Jesús mediante los títulos que utiliza: Verbo, Hijo unigénito, Cordero de Dios, Hijo de Dios, Pan de vida, resurrección y vida, vid. Y la fórmula es: «Yo soy». Cuando Jesús usa esta frase, afirma su preexistencia y su deidad eterna. Jesús dice: «Yo soy el pan de vida» (Joh_6:35), «Yo soy la luz del mundo» (Joh_8:12; Joh_9:5); «Yo soy la puerta» (Joh_10:7); «Yo soy el buen pastor» (Joh_10:11, Joh_10:14); «Yo soy la resurrección y la vida» (Joh_11:25); «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida» (Joh_14:6) y «Yo soy la vid verdadera» (Joh_15:1).
Sin dudas, la señal más sobresaliente es la resurrección y Juan nos brinda un conmovedor testimonio del hallazgo de la tumba vacía. Luego narra varias apariciones posteriores a este hecho.
Juan, el fiel seguidor de Cristo, nos ha dado una visión personal y poderosa de Jesús, el Hijo eterno de Dios. A medida que usted lea su historia propóngase creer y seguirle.
Bosquejo
- Nacimiento y preparación de Jesús, el Hijo de Dios (1.1-2.11) Juan aclara que Jesús no es solo un hombre, es el eterno Hijo de Dios. Es la luz del mundo porque ofrece este regalo de vida eterna a todo el género humano. Qué ceguera y necedad al considerar a Jesús simplemente como un buen hombre poco común o un maestro moral. Y aun algunas veces actuamos como si esto fuera cierto sobre todo cuando nos movemos alrededor de sus palabras y vivimos a nuestra manera. Si Jesús es el eterno Hijo de Dios, debiéramos poner atención a su identidad divina y a su vida que comunica un mensaje.
- Mensaje y ministerio de Jesús, el Hijo de Dios (2.12-12.50) a.Jesús enfrenta fe e incredulidad en la gente. b. Jesús enfrenta conflictos con los líderes religiosos. c. Jesús enfrenta acontecimientos cruciales en Jerusalén. Jesús se reúne con individuos, predica a grandes multitudes, prepara a sus discípulos y debate con los líderes religiosos. El mensaje, de que es el Hijo de Dios, recibe una reacción mixta. Algunos lo adoran, otros dudan, otros se retiran y algunos quieren su silencio. Vemos la misma diversidad de reacciones hoy. Los tiempos han cambiado, pero los corazones de las personas siguen duros. Podemos vernos en estos encuentros que Jesús tenía con la gente y nuestra reacción podría ser adorarle y seguirle.
- Muerte y resurrección de Jesús, el Hijo de Dios (13.1-21.25) a. Jesús enseña a sus discípulos. b. Jesús termina su misión
Importancia
Jesucristo, Hijo de Dios: Juan nos muestra que Jesús es único como el Hijo especial de Dios y al mismo tiempo es totalmente Dios. Por eso, está en condiciones de revelarnos a Dios de manera clara y detallada.Debido a que Jesús es el Hijo de Dios, podemos confiar por completo en lo que dice. Al confiar en él, recibiremos una mente abierta para entender el mensaje de Dios y llevar a cabo su propósito en nuestras vidas.
Vida eterna: Debido a que Jesús es Dios, vive para siempre. Antes de que el mundo existiera, vivió con Dios y reinará con él para siempre. En Juan vemos a Jesús revelado en poder y magnificencia aun antes de su resurrección.
Jesús nos ofrece vida eterna. Nos invita a empezar a vivir en una relación personal y eterna con él, que se inicia ahora. Aunque debamos crecer y más tarde morir, confiando en él tendremos una nueva vida que perdura para siempre.
Creer: Juan describe ocho señales específicas o milagros que muestran la naturaleza del poder y el amor de Jesús. Vemos su poder sobre lo creado y su amor por todos. Estas señales nos animan a creer en él.Fe demanda confianza activa, viva y continua en Jesús como Dios. Cuando creemos en su vida, sus palabras, su muerte y su resurrección, él nos limpia de nuestros pecados y recibimos poder para seguirle. Pero nuestra respuesta a él debe ser mediante la fe.
Espíritu Santo: Jesús enseñó a sus discípulos que el Espíritu Santo vendría después que él ascendiera de la tierra. El Espíritu Santo luego moraría, guiaría, aconsejaría y consolaría a quienes le siguen. La presencia y el poder de Cristo se multiplican a través del Espíritu Santo en todos los que creen.
A través del Espíritu Santo de Dios vamos a él por la fe. Debemos conocer al Espíritu Santo para comprender todo lo que Jesús enseñó. Podemos experimentar el amor y la dirección de Jesús en la medida que permitamos al Espíritu Santo hacer su trabajo en nosotros.
Resurrección: Al tercer día de su muerte, Jesús resucitó. Esto lo verificaron los apóstoles y muchos testigos presenciales. La realidad cambió a los discípulos de desertores asustados a líderes dinámicos dentro de la nueva iglesia. Este hecho es el fundamento de la fe cristiana.
Podemos cambiar como los discípulos y tener la seguridad de que un día nuestros cuerpos se levantarán para vivir con Cristo por siempre. El mismo poder que levantó a Jesús de los muertos puede capacitarnos para seguir a Cristo cada día.
Lugares clave en Juan: La historia de Juan empieza con el ministerio de Juan el Bautista al otro lado del Jordán (1.28ss). Jesús también inicia su ministerio hablando a algunos hombres que más tarde vendrían a ser sus doce discípulos. El ministerio de Jesús en Galilea comenzó con una visita a una boda en Caná (2.1ss). Luego pasó a Capernaum, que vino a ser su nuevo hogar (2.12). Viajó a Jerusalén para participar en una fiesta especial (2.13) a continuación tuvo un encuentro con Nicodemo, un líder religioso (3.1ss). Cuando dejó Judea, viajó a través de Samaria y ministró a los samaritanos (4.1ss). Jesús hizo milagros en Galilea (4.46ss), en Judea y Jerusalén (5.1ss). Lo seguimos hasta que alimentó a más de cinco mil cerca de Betsaida junto al mar de Galilea (mar de Tiberias; 6.1ss), caminó sobre las aguas ante sus asustados discípulos (6.16ss), predicó en Galilea (7.1), regresó a Jerusalén (7.2ss), predicó al otro lado del Jordán en Perea (10.40), resucitó a Lázaro en Betania (11.1ss) y finalmente entró en Jerusalén por última vez para celebrar la Pascua con sus discípulos y darles mensajes clave acerca del porvenir y de cómo deberían actuar. Sus últimas horas, antes de su crucifixión, las pasó en la ciudad (13.1ss), en el huerto de Getsemaní (18.1ss) y por último en diferentes edificios en los que se le enjuició (18.12ss). Lo crucificarían, pero resucitaría otra vez, tal como lo prometió.
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